Autore:
En un tiempo en que la clase social se definía por la comida que se servía en la mesa, una cocinera desafiará el espíritu de su señor.
Clara, una joven caída en desgracia, sufre de agorafobia desde que perdió a su padre de forma repentina. Gracias a su prodigiosa cocina logra acceder al ducado de Castamar como oficial, trastocando con su llegada el apático mundo de don Diego, el duque. Este, desde que perdió a su esposa en un accidente, vive aislado en su gran mansión rodeado del servicio. Clara descubrirá pronto que la calma que rodea la hacienda es el preludio de una tormenta devastadora cuyo centro será Castamar, su señor y ella misma.
Fernando J. Múñez teje para el lector, con una prosa detallista y delicada, una urdimbre de personajes, intrigas, amores, envidias, secretos y mentiras que se entrecruzan en una impecable recreación de la España de 1720.
Después de haber tejido los hilos para hacerle sentirse cautiva de una sociedad intolerante que no le dejaba respirar, prisionera de una orquesta conformada por normas y deberes, por leyes invisibles y el decálogo divino, él estaba allí para ofrecerle la salvación. En el fondo, como otros señores de alcurnia, él solo había actuado como el director de la farsa social, esperando a que la armonía de aquel compendio de reglas funcionase como lo que eran: unas tenazas capaces de doblegar espíritus.
Trama (tradotta da me)
In un tempo in cui la classe sociale si definiva per il cibo che si serviva in mensa, una cuoca sfiderà lo spirito del suo signore.
Clara, una giovane caduta in disgrazia, soffre di agorafobia da quando perse suo padre all'improvviso. Grazie alla sua prodigiosa cucina riesce ad accedere come ufficiale al ducato di Castamar, sconvolgendo con il suo arrivo il mondo apatico di Don Diego, il Duca. Questi, da quando ha perso la sua sposa in un incidente, vive isolato nella sua grande casa circondato dal servizio. Clara scoprirà presto che La calma che circonda l'autorità è il preludio di una tempesta devastante il cui centro sarà Castamar, il suo signore e lei stessa.
Fernando J. Múñez tesse per il lettore, con una prosa dettagliata e delicata, un'orda di personaggi, intrighi, amori, invidie, segreti e bugie che si intrecciano in un'impeccabile ricreazione della Spagna del 1720.
Igual que cuando espiaba a su institutriz, tenía el privilegio de ojear el mundo privado de su cocinera, una realidad tan alejada de la suya que nunca se hubiera podido imaginar que le fascinaría de esa forma
Reseña
Es:
Hoy os hablo del libro "La Cocinera de Castamar"; el 21/12 finalicé la lectura de La cocinera de Castamar.
Esta novela se puede definir sublime. Hoy día existen muchos géneros, variedades y obras que captan y atraen a lectores de múltiples gustos. Pero es quizá la forma de nacer y de ir creciendo paulatinamente lo que confiere a esta obra una potencialidad y una calidad como hacía tiempo que no encontraba.
Es también una novela que denomino "de sentidos". Y dentro de este grupo incluyo obras como El perfume: historia de un asesino de Süskind Patrick o Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Principalmente porque considero un logro y un acto de valentía literaria acompañar al lector/a en un camino nuevo e incipiente a través de otros sentidos. Y La cocinera de Castamar es una exquisitez en este sentido. El modo en que se nos invita a adentrarnos en el ducado de Castamar es un auténtico privilegio. Fernando J. Múñez consigue, a través de una maestría literaria, que nos imbuyamos en los sabores, colores y olores de las cocinas de una casa señorial a comienzos del siglo XVIII. La delicadeza para describir la vida día a día y del resurgir de las clases trabajadoras que buscan lo mejor para su señor. El prestigio y "el postureo" posterior a la guerra de Sucesión en la Corte española. La comida se convierte en el bajo continuo necesario para montar una trama que es acompañada por personajes de un peso, profundidad y emociones sobresalientes.
Y es precisamente el aspecto culinario, la gastronomía más elitista del momento, la que potencia y realza la figura de su personaje principal: Clara Belmonte. Es sencillamente majestuoso el proceso de crecimiento personal, social y relacional que experimenta Clara a lo largo de la obra. A pesar de ser una mujer educada no para ser una criada sino una señorita, ella sabe perfectamente cuál es su punto de partida, el origen de su llegada a Castamar. Pero su despliegue emocional, profesional y casi me atrevería a decir, artístico, resurge entre los fogones; el esmero de una cocción, el guiso que debe burbujear durante horas para que esté sabroso o el dulce que deja un regusto en la boca para finalizar una copiosa comida. Es lo que deslumbra a quienes la rodean. Y es lo que llama la atención de sus comensales más selectos.
Durante la lectura me he enfrascado en los mejores campos semánticos que podría imaginarme del mundo culinario y debo confesar que en ocasiones he tirado de diccionario para conocer mejor alguno de los platos o ingredientes. Se nota, de esta manera, una cuidada investigación previa para construir una obra de este calibre.
Bien es cierto que la contextualización de la misma nos sitúa en la España de comienzos del siglo XVIII y con la guerra de Sucesión como telón de fondo para justificar los caracteres de algunos de los personajes de la misma. Un momento delicado en la historia de España y que puso sobre la mesa los intereses y las defensas de los pueblos ante dos personajes ilustres de nuestro pasado: Felipe V o el archiduque Carlos de Austria. Un enfrentamiento que no es el principal en la novela, pero que sí permite desencadenar tramas y subhistorias para conocer de primera mano las relaciones interpersonales de un contexto tan complejo como era la Corte.
Pero todos estos condimentos históricos son necesarios para dar veracidad y credibilidad a la obra. Y esta se consigue plenamente. Son diferentes las áreas en las que se nota un esmerado trabajo de investigación y son de agradecer para el lector ya que nos pone sobre la mesa un mapa muy claro, concreto y preciso para recrear y dar rienda suelta a nuestra imaginación.
Uno de los primeros puntos son las relaciones sociales y la intrahistoria que existía entre los señores y los criados. Ciertamente venían a mi cabeza vagos recuerdos de Arriba y Abajo o Downton Abbey en cuanto al tratamiento de estas relaciones y cómo dos mundos completamente opuestos se necesitan: unos para la supervivencia social y otros para la vital. Agradezco enormemente abrir las puertas a todos los oficios y desempeños necesarios para que una casa señorial funcionara como debía en aquella época. Y volver a demostrar una maestría literaria para dar vida a los engranajes sociales que han ido fraguando las distintas historias que subyacen a la trama principal.
Algunos aspectos como la lucha de poder, el prestigio social, las apariencias o el decoro son puntos básicos para dar vida y generar revulsivos que hacen avanzar la historia. Las limitaciones de la época y los rechazos hacia minorías o concepciones que en aquel momento, simplemente, no entraban en la cabeza de las poblaciones más elitistas. Todo ello conjuga un artefacto que desde su lectura en pleno siglo XXI cuestiona mucho la cosmovisión que antaño se tenía. Son heridas que pueden escocer en el lector/a amigo y quien ya ha empatizado con los personajes y sufre con ellos. El encorsetamiento social salta de las páginas para generar emociones y sentimientos encontrados en quien se sumerge en la novela.
El segundo punto en el que se pone de manifiesto la cuidada elaboración, documentación e investigación es el ya mencionado mundo de la gastronomía. Ya encabezaba esta reseña con lo deliciosa que ha sido su lectura, el aprendizaje que ha conllevado y cómo la pasión de una mujer por la cocina pudo derribar lo que parecía infranqueable en aquella época: las clases sociales. Es un gusto adentrarse de la manera en la que se nos presentan los momentos, los tempos, el protocolo y etiqueta de la época. Cómo a través de los cuidados platos y recetas empieza a surgir una relación totalmente ilícita y condenada. Lo clandestino y lo secreto permiten que esas mariposas incipientes en una relación cobren vida. Esos nervios que premonizan lo que el lector/a quiere leer y el personaje quiere sentir. Es, ciertamente, un acompañamiento hacia la omnisciencia más plena de cada uno de los caracteres que dan vida al Madrid del siglo XVIII.
Y el último punto en el que se estima una cuidada elaboración y trabajo previo es la concepción arquitectónica de la obra, sus transiciones y su visión 360º muy del estilo cinematográfico. No siempre es fácil que la mente del lector/a pueda configurar los espacios, la descripción fidedigna de los personajes o la evolución de la trama y las subtramas en la historia, pero en el caso de La cocinera de Castamar esto se consigue sobradamente. El autor confiere a las escenas y los diálogos el tiempo necesario para que el artificio surja en la mente de quien lo está leyendo y pueda anticipar, como si de capítulos de serie se tratase, lo que está por venir. Las historias se entrelazan en un constructo muy visual que te abocan a lo que estás pensando y descubriendo a medida que sumas líneas de lectura. Es imposible no creerse estar en mitad de un baile en la Corte, escuchar una bella melodía o soportar vestidos encorsetados. También resulta imposible no sentir repulsa en los momentos en que determinados personajes utilizan los detonantes artificiados por el autor para seguir cimentando la historia o compartir una sonrisa dibujada en el rostro cuando por fin una historia culmina como el lector/a deseaba.
Es, quizá, este estilo de construcción literaria lo que más me ha cautivado y motivado a seguir leyendo. La construcción de una misma escena desde la perspectiva de los distintos personajes, las interpretaciones o conjeturas de cada uno de ellos convierten al lector/a en el guardián de todo lo que bulle en la historia. Es cómplice de todo lo que van viviendo y sufre, se emociona y aprieta los dientes en contadas ocasiones. Es capaz de emocionarnos y esto, hoy día, es de lo más valioso que la literatura puede regalarnos. Es por ello que la grandeza de esta obra reside en su concepción y andamiaje.
Y por supuesto, otro de los ingredientes que catapultan a la novela hacia lo más alto son sus personajes. Es evidente que Clara y Diego son los personajes principales y de los que esperamos todo y más, pero el resto de personajes que completan el elenco (y permítanme emplear términos del mundo cinematográfico, pero así lo he sentido) son verdaderos artífices de un desarrollo trepidante y arrebatado. Reservándome al duque y la cocinera para el final, un personaje que da vida y propone unos cánones literarios muy marcados y definidos es, sin lugar a duda, don Enrique Arcona. Es el concepto de antagonista puro y malvado que es quien engrasa la maquinaria para que rueden los conflictos y las dificultades. Es un personaje exquisitamente elaborado que muestra la vinculación con los bajos fondos y con los matarifes más cruentos para conseguir sus objetivos al tiempo que es capaz de encandilar a las damas más selectas de la Corte. Es por ello, una de las piezas clave para que la obra funcione. Y también es clave para ser odiado por el lector/a a medida que avanza la novela. La animadversión que genera, la repulsa y la maldad y lucha interna que tiene consigo mismo lo dotan de una potencialidad extraordinaria.
Por supuesto que dentro de los personajes de Corte están Alfredo y Francisco, dos leales amigos de don Diego que sufren los devaneos y las consecuencias de los secretos y las diferencias en esta época. Lo más sobresaliente de estos caracteres es que comienzan como personajes secundarios con poca relevancia y a medida que la trama se complica van adquiriendo un protagonismo muy importante. Hasta el punto de poder llegar a crear casi un spin off de uno de ellos (no me adentro a dar nombres propios para no hacer spoilers). Son el claro ejemplo de prototipos literarios leales al protagonista y que abogan por los intereses de sus amigos porque para ellos, los valores, la reputación y el decoro son lo primero.
Gabriel, hermano de Diego, es otra joya de la novela. En primer lugar porque el personaje, que representa la anomalía máxima en las primeras décadas del siglo XVIII, es negro. La historia de la llegada del hermano pequeño a Castamar es un soplo de aire revolucionario en aquellos tiempos y ponen en antecedentes al lector/a de la apertura de mente de don Abel de Castamar, padre de Diego y Gabriel. La repulsa de la Corte y lo que, por aquel entonces, consideraban antinatural, acompaña el sufrimiento de este personaje. Desde el comienzo de la novela su vida parece estar determinada y, en cierta medida así es, al descubrir que sus cánones no encajan con los de la Corte del nuevo Borbón. Es un personaje que fluctúa con picos muy altos de poder al comienzo de la novela (no deja de ser un Grande de España) con momentos de auténtica desolación y perdición de la dignidad humana. Como ya se expresa en la propia novela, Gabriel necesita salir de la jaula de oro que es Castamar. Ese oasis en el que el color de piel no condiciona una clase social es, precisamente, un espejismo que el propio personaje asume y rompe. Incluso sus propios sentimientos están supeditados a su condición y esto vuelve a demostrar los artificios y constricciones a las que estaban sometidos determinados colectivos en el siglo XVIII.
Mercedes, madre de Diego y Gabriel, sería uno de los últimos personajes de alta condición social que detona algunos puntos de la obra. Es ese perfil que denomino "bisagra" porque es la que permite que algunos hechos puedan producirse y desencadenarse de una manera u otra. Comenzando la novela como amiga íntima de don Enrique y viviendo en una ceguera importante, el salto de calidad del personaje y el giro de 180º que da en la novela es lo que posibilita que las últimas páginas del libro se puedan desencadenar de una manera más conciliadora. Es una mujer que, a pesar de ser consciente del protocolo, el estatus y el peso del apellido Castamar va evolucionando en la definición clara de personaje redondo para apoyar a sus hijos y buscar la felicidad para ellos. Uno de esos personajes que al principio acoges con recelo pero al que terminas queriendo al final de la obra.
Pero, sin lugar a dudas, dos de los personajes que más cautivan y que experimentan más cambios son doña Úrsula, ama de llaves y don Melquíades, mayordomo. Son un binomio que sustenta la realidad de la clase trabajadora de la casa nobiliaria. Sin ellos la conexión con los señores no existiría. Su servicio, su diligencia y profesionalidad para que Castamar esté entre lo más notorio de las casas señoriales de antaño es un esfuerzo que se traduce en una lucha de poder, especialmente para Úrsula.
Es este personaje uno de los que más cambios experimenta y que mejor acompasa el concepto omnisciente. Y digo esto porque comienza siendo la mujer de hierro, aquella que no tiene sentimientos y que trata a los trabajadores de una manera casi dictatorial donde el miedo es el principal protagonista. Esto, al menos en mi concepción personal, alejaba al lector/a de su personaje. La lucha encarnizada con don Melquíades y el control que ella tiene sobre él parecen cegarla de todo lo que tiene a su alrededor. La muerte de Alba, la mujer de don Diego, es también otra herida no sanada en su fuero interno y que pone más capas a su interior.
Sin embargo, cuando el lector/a amigo se adentra en su historia y su vida y cómo ha sufrido a causa de los maltratos podemos empezar a justificar su comportamiento y actitud. En el fondo, el personaje de Úrsula es el resultado de lo que ha vivido y ha padecido. Es la resolución de lo que no quiere volver a vivir. Y eso es lo que potencia su mayor "armadura moral y emocional". Su animadversión hacia Clara y los intentos frustrados para dar con su talón de Aquiles y poder echarla de Castamar tienen un punto de inflexión en uno de los momentos cumbres de la novela.
Es en esos instantes en los que se descubre a una mujer que ha decidido dejar de amar porque en tiempos pasados el amor le produjo mucho daño. Se ha cerrado a poder vivir y experimentar cualquier sentimiento de cariño, admiración, deseo o pasión por cualquier otro hombre. Quizá uno de los momentos más dulces es cuando ella, derribando telones de acero, decide volver a ser amada. A jugar con miradas esquivas que le producen un hormigueo ya casi olvidado, encuentros fortuitos y clandestinos adolescentes o sentirse deseada de nuevo. Es el fiel reflejo de una mujer fuerte, con un temperamento construido a base de decepciones y miedos que no alberga la posibilidad de cambiar. Pero, ¡bendita lectura que ha creado un contexto tan bello para doña Úrsula.
Lo mismo sucede con don Melquíades. Un hombre que, a priori, es la lealtad hecha persona hacia su señor pero que lleva consigo una losa considerable. El mayordomo refleja ese personaje apocado al principio de la novela que, bajo la turbación y secretos que guarda, parece tener un destino muy definido. Después, sin embargo, se alza ante los lectores otro completamente distinto al soltarse de las ataduras que le habían acompañado durante tanto tiempo y puede, de nuevo, iniciar una andadura para ser feliz.
Son, sin duda, una pareja fundamental para que las pequeñas historias entre los fogones y caballerizas puedan resurgir, ver cómo la vida de los criados excede el servicio a los señores y cómo el amor también se abre camino en cada una de sus facetas y estadíos.
Y, por supuesto, Clara y Diego. Me recordaba a la versión de La Cenicienta. ¡Pero qué delicioso ha sido descubrirlos y acompañarlos!. Son dos personajes de mundos distintos que no tendrían que coincidir nunca, pero el nexo, la unión que los descubre en sus primeros pasos vuelve a ser la gastronomía.
Diego es ese personaje que, aludiendo de nuevo a la tradición cuentística, es la Bestia de las versiones de Beaumont o Villeneuve. Un hombre desolado por la muerte de su mujer y en el mayor confinamiento. No quiere fiestas, ni grandes galas, ni tampoco mujeres con las que poder desposarse en segundas nupcias. El recuerdo de Alba sigue siendo tan fuerte que su hastío parece no poderlo curar nadie. Diego también representa los valores propios del prototipo que representa y los lleva a gala de una manera fabulosa. El decoro, la corrección y el protocolo son premisas que lo acompañan durante el inicio de la novela.
Sin embargo, cuando comienza a saborear nuevos platos, a degustar y traer a la mente sabores ya olvidados y otras exquisiteces por descubrir algo cambia. Su vida comienza a tambalearse cuando descubre a "su cocinera". A partir de aquí cualquier constructo social no es impedimento para que su vuelta a la vida, al florecimiento de nuevos sentimientos y a la felicidad plena cobren protagonismo.
Y, por supuesto, Clara Belmonte. Es EL PERSONAJE. Es LA MUJER. Y es de agradecer contar con caracteres de esta talla en la literatura contemporánea. Su confección y diseño exceden los cánones de la escritura para dotarla de una humanidad de cotas muy elevadas. Su arco emocional es el conocido como El renacido. La estructura de dicho arco en Clara tiene tres puntos culminantes. De comenzar la novela recordando un pasado de bonanza y añoranza, pasando por una situación de decadencia hasta que llega a Castamar y una nueva subida con todos los devenires posteriores.
Pero quizá sea su psicología, su forma de concebir el mundo y las realidades sociales, su capacidad para querer y acoger a los más desfavorecidos (como Rosalía) y su determinación y visión feminista adelantada a su tiempo lo que hacen de Clara Belmonte un personaje con identidad plena. A ello se suma su capacidad para superar las dificultades y su propia enfermedad, recuperar la dignidad como mujer en un momento de degradación y escarnio público y poder desear y amar a un hombre que no está a su alcance.
Todo este cúmulo de circunstancias, unido a su profesionalidad y maestría en el mundo culinario es lo que enamora a Diego. Y será a partir de entonces cuando Clara inicie un despliegue de mujer apasionada que oscila entre el decoro y el escándalo y lo que su corazón siente. Esa muchacha apocada y discreta da paso a una mujer por la que un duque es capaz de romper todas las reglas sociales.
Sin duda es una delicia acompañar a Clara en su proceso de crecimiento profesional y en su enamoramiento. El lector/a parece estar junto a ella en los fogones, junto a Rosalía mirándola con ojos tiernos o en el fragor de una tormenta sintiendo y padeciendo con ella. Pero también está en el susurro de un sentimiento inconfesable a escasos centímetros del duque, en la mirada cómplice con don Melquíades o con el paso delicado de sus yemas sobre una correspondencia clandestina.
Es una mujer poderosa en su identidad y dignidad, en sus convicciones y en sus actos. Coherente, adelantada y certera. Justa y sencilla. Se podrían recopilar todas las virtudes posibles. Y seguramente habrá quienes digan que tanto cúmulo de positivismo no es posible, pero esta novela la merece. Merece una muchacha como ella que, a priori, parece condenada en un determinismo literario claro pero que gracias a su talento y habilidades puede cambiar el rumbo de las circunstancias.
Es ella una guinda del pastel a todos estos personajes –más aquellos que hemos dejado en el tintero– que son pilar fundamental del éxito de esta novela.
Un trabajo depurado, elegante y propio que vuela y recorre distintos registros para contextualizarnos y dar lugar a una novela coral donde todos los personajes son importantes y cumplen con su cometido.
Sin duda, La cocinera de Castamar es –como ya decía al inicio de la reseña– una de esas novelas que están a otro nivel literario. No por la trama en sí (que también), sino por todo el trabajo artesanal y literario que esconde y se condensa en más de setecientas páginas. El artificio, la creatividad y la habilidad para escribir y contar historias.
Apostillo en el final de esta reseña el regusto que me dejó la nota final del autor y el deseo de su madre para crear una novela como esta. Son de esas veces en las que se percibe cómo un hijo puede devolver algo de lo que sus padres le han legado en su vida. Y me pareció, sin duda, un regalo que podrá perdurar en el tiempo. Y eso, para una madre, es algo incalculable
It:
Oggi vi parlo del libro "La cocinera de Castamar" ossia "La cuoca di Castamar"; trovate QUI la recensione alla serie tv Netflix.
Questo romanzo si può definire sublime. Oggi ci sono molti generi, varietà e opere che catturano e attraggono lettori dai molteplici gusti. Ma è forse il modo di nascere e di crescere man mano che dà a questo lavoro una potenzialità e una qualità che non ritrovava da tempo.
È anche un romanzo che io chiamo "dei sensi". E all'interno di questo gruppo includo opere come Perfume: Story of a Murderer di Süskind Patrick o Like Water for Chocolate di Laura Esquivel. Principalmente perché considero una conquista e un atto di coraggio letterario accompagnare il lettore in un nuovo e incipiente percorso attraverso altri sensi. E Il cuoco di Castamar è squisito in questo senso. Il modo in cui siamo invitati ad entrare nel ducato di Castamar è un vero privilegio. Fernando J. Múñez riesce, attraverso la maestria letteraria, a trasmetterci i sapori, i colori e gli odori delle cucine di una dimora signorile dell'inizio del XVIII secolo. La delicatezza nel descrivere la vita quotidiana e la rinascita delle classi popolari che cercano il meglio per il loro padrone. Il prestigio e "l'atteggiamento" dopo la guerra di successione alla corte spagnola. Il cibo diventa il basso continuo necessario per impostare una trama che è accompagnata da personaggi di eccezionale peso, profondità ed emozioni.
Ed è proprio l'aspetto culinario, la gastronomia più elitaria del momento, ad esaltare ed esaltare la figura della sua protagonista: Clara Belmonte. Il processo di crescita personale, sociale e relazionale che Clara sperimenta durante tutto il lavoro è semplicemente maestoso. Pur essendo una donna educata non per essere una serva ma una signorina, sa perfettamente qual è il suo punto di partenza, l'origine del suo arrivo a Castamar. Ma la sua esibizione emotiva, professionale e, direi quasi, artistica, riaffiora in cucina; la cura della cucina, lo spezzatino che deve bollire per ore per essere gustoso o il dolce che lascia il retrogusto in bocca per concludere un pasto abbondante. È ciò che abbaglia chi le sta intorno. Ed è ciò che attira l'attenzione dei suoi commensali più selezionati.
Durante la lettura mi sono immerso nei migliori campi semantici che potessi immaginare nel mondo culinario e devo confessare che in alcune occasioni ho utilizzato il dizionario per comprendere meglio alcuni piatti o ingredienti. In questo modo è evidente un'attenta ricerca preventiva per costruire un'opera di questo calibro.
È vero che la sua contestualizzazione ci colloca in Spagna all'inizio del XVIII secolo e con la Guerra di Successione come sfondo per giustificare i caratteri di alcuni personaggi in esso contenuti. Un momento delicato della storia della Spagna che ha messo sul tavolo gli interessi e le difese del popolo davanti a due illustri personaggi del nostro passato: Filippo V o l'Arciduca Carlo d'Austria. Un confronto che non è quello principale del romanzo, ma che permette di scatenare trame e sottostorie per conoscere in prima persona i rapporti interpersonali di un contesto complesso come quello di Corte.
Ma tutti questi condimenti storici sono necessari per dare veridicità e credibilità all'opera. E questo è pienamente raggiunto. Sono diversi gli ambiti in cui si nota un attento lavoro di ricerca e che vengono apprezzati dal lettore perché mette sul tavolo una mappa molto chiara, concreta e precisa per ricreare e dare libero sfogo alla nostra fantasia.
Uno dei primi punti sono i rapporti sociali e intrastorici che esistevano tra i signori e i servi. Sicuramente mi sono venuti in mente vaghi ricordi di Upstairs e Downton Abbey in termini di trattamento di queste relazioni e di come siano necessari due mondi completamente opposti: alcuni per la sopravvivenza sociale e altri per la sopravvivenza vitale. Apprezzo molto l'apertura delle porte a tutti i mestieri e le prestazioni necessarie affinché una dimora signorile funzioni come dovrebbe in quel momento. E dimostrare ancora una volta la maestria letteraria nel dare vita ai meccanismi sociali che hanno forgiato le diverse storie che sono alla base della trama principale.
Alcuni aspetti come la lotta per il potere, il prestigio sociale, le apparenze o il decoro sono punti fondamentali per dare vita e generare shock che fanno andare avanti la storia. I limiti dell’epoca e i rifiuti verso minoranze o concezioni che allora semplicemente non entravano nella testa delle popolazioni più elitarie. Tutto ciò mette insieme un artefatto che, se letto nel 21° secolo, mette fortemente in discussione la visione del mondo che si aveva una volta. Sono ferite che possono pungere il lettore che è amico e che ha già empatizzato con i personaggi e soffre con loro. La moderazione sociale salta fuori dalle pagine per generare emozioni e sentimenti contrastanti in coloro che si immergono nel romanzo.
Il secondo punto in cui è evidente l'attenta preparazione, documentazione e ricerca è il già citato mondo della gastronomia. Ho già aperto questa recensione raccontando di quanto fosse delizioso leggere, dell'apprendimento che comportava e di come la passione di una donna per la cucina fosse in grado di rovesciare ciò che a quel tempo sembrava insormontabile: le classi sociali. È un piacere approfondire il modo in cui ci vengono presentati i momenti, i tempi, il protocollo e l'etichetta dell'epoca. Come attraverso piatti e ricette attenti comincia a emergere un rapporto totalmente illecito e condannato. Il clandestino e il segreto permettono alle farfalle in erba di una relazione di prendere vita. Quei nervi che premoniscono ciò che il lettore vuole leggere e il personaggio vuole sentire. Si tratta, certamente, di un accompagnamento verso la piena onniscienza di ciascuno dei personaggi che danno vita alla Madrid del XVIII secolo.
E l'ultimo punto in cui si valuta l'attenta elaborazione e il lavoro preliminare è la concezione architettonica dell'opera, le sue transizioni e la sua visione a 360º, molto in stile cinematografico. Non è sempre facile per la mente del lettore configurare gli spazi, la descrizione attendibile dei personaggi o l'evoluzione della trama e delle sottotrame della storia, ma nel caso di Il cuoco di Castamar questo è più che raggiunto. L'autore concede alle scene e ai dialoghi il tempo necessario affinché l'artificio nasca nella mente di chi lo legge e possa anticipare, come se fossero capitoli di una serie, ciò che verrà. Le storie sono intrecciate in un costrutto molto visivo che ti porta a ciò che stai pensando e scoprendo mentre aggiungi righe di lettura. È impossibile non credere di essere nel bel mezzo di un ballo di corte, di ascoltare una bellissima melodia o di indossare abiti corsetti. È anche impossibile non provare repulsione nei momenti in cui alcuni personaggi utilizzano i fattori scatenanti creati artificialmente dall'autore per continuare a cementare la storia o condividere un sorriso sul loro volto quando una storia finalmente finisce come voleva il lettore.
È forse questo stile di costruzione letteraria che più mi ha affascinato e motivato a continuare a leggere. La costruzione della stessa scena dal punto di vista dei diversi personaggi, le interpretazioni o le congetture di ciascuno di essi rendono il lettore il custode di tutto ciò che ribolle nella storia. È complice di tutto quello che stanno vivendo e soffre, si emoziona e stringe i denti in rare occasioni. È capace di commuoverci e questa, oggi, è una delle cose più preziose che la letteratura può regalarci. Ecco perché la grandezza di quest'opera sta nella sua concezione e nella sua impalcatura.
E, naturalmente, un altro degli ingredienti che catapultano il romanzo ai vertici sono i suoi personaggi. È evidente che Clara e Diego sono i personaggi principali e dai quali ci si aspetta di tutto e di più, ma il resto dei personaggi che completano il cast sono veri artefici di uno sviluppo frenetico e strappato. Lasciando per ultimi il duca e il cuoco, un personaggio che dà vita e propone canoni letterari molto marcati e definiti è, senza dubbio, Don Enrique Arcona. È il concetto di un antagonista puro e malvagio che è colui che unge il meccanismo affinché i conflitti e le difficoltà si svolgano. È un personaggio squisitamente realizzato che mostra il suo legame con la malavita e i massacratori più sanguinari per raggiungere i suoi obiettivi riuscendo allo stesso tempo ad abbagliare le dame di corte più selezionate. Si tratta quindi di uno dei tasselli fondamentali affinché l’opera funzioni. Ed è anche fondamentale per essere odiati dal lettore man mano che il romanzo avanza. L'animosità che genera, il rifiuto e il male e la lotta interiore che ha con se stesso gli danno un potenziale straordinario.
Naturalmente, tra i personaggi di Corte ci sono Alfredo e Francisco, due fedeli amici di Don Diego che in questo periodo subiscono le relazioni e le conseguenze di segreti e differenze. La cosa più sorprendente di questi personaggi è che iniziano come personaggi secondari con poca rilevanza e man mano che la trama si complica acquisiscono un ruolo molto importante. Al punto da poter creare quasi uno spin off di uno di essi. Sono un chiaro esempio di prototipi letterari fedeli al protagonista e che difendono gli interessi dei loro amici perché per loro i valori, la reputazione e il decoro vengono prima di tutto.
Gabriel, il fratello di Diego, è un'altra chicca del romanzo. Innanzitutto perché il personaggio, che rappresenta la massima anomalia nei primi decenni del Settecento, è nero. La storia dell'arrivo del fratellino a Castamar è una ventata di aria rivoluzionaria per quei tempi e offre al lettore uno sfondo dell'apertura mentale di Don Abel de Castamar, padre di Diego e Gabriel. Il rifiuto della Corte e ciò che allora ritenevano innaturale accompagna la sofferenza di questo personaggio. Fin dall'inizio del romanzo la sua vita sembra decisa e, in una certa misura, lo è, quando scopre che i suoi canoni non si adattano a quelli della corte del nuovo Borbone. È un personaggio che oscilla con picchi di potenza altissimi all'inizio del romanzo (è pur sempre un Grande di Spagna) con momenti di autentica desolazione e perdita della dignità umana. Come già espresso nel romanzo stesso, Gabriel ha bisogno di uscire dalla gabbia dorata che è Castamar. Quell'oasi in cui il colore della pelle non determina una classe sociale è, appunto, un miraggio che il personaggio stesso assume e infrange. Anche i propri sentimenti sono soggetti alla loro condizione e ciò dimostra ancora una volta gli artifici e le costrizioni a cui erano sottoposti alcuni gruppi nel XVIII secolo.
Mercedes, madre di Diego e Gabriel, sarebbe uno degli ultimi personaggi di alto status sociale che innesca alcuni punti dell'opera. È quel profilo che chiamo "cerniera" perché è ciò che consente ad alcuni eventi di verificarsi e di attivarsi in un modo o nell'altro. Iniziando il romanzo come amico intimo di Don Enrique e vivendo in una significativa cecità, il salto di qualità del personaggio e la svolta di 180º che prende il romanzo è ciò che rende possibile che le ultime pagine del libro si svolgano in modo più conciliante. . . È una donna che, pur essendo consapevole del protocollo, dello status e del peso del cognome Castamar, si sta evolvendo nella chiara definizione di un carattere a tutto tondo per sostenere i suoi figli e cercare la felicità per loro. Uno di quei personaggi che inizialmente accogli con sospetto ma che alla fine della commedia finisci per amare.
Ma, senza dubbio, due dei personaggi che più affascinano e sperimentano più cambiamenti sono Doña Úrsula, governante, e Don Melquíades, maggiordomo. Sono un binomio che sostiene la realtà della classe operaia di casa nobile. Senza di loro il legame con i signori non esisterebbe. Il loro servizio, la loro diligenza e professionalità affinché Castamar sia tra le più notevoli tra le dimore signorili del passato è uno sforzo che si traduce in una lotta di potere, soprattutto per Ursula.
Questo personaggio è uno di quelli che sperimentano il maggior numero di cambiamenti e che meglio si adatta al concetto di onnisciente. E lo dico perché inizia come la donna di ferro, colei che non ha sentimenti e che tratta i lavoratori in modo quasi dittatoriale dove la paura è la protagonista principale. Questo, almeno nella mia personale concezione, allontanava il lettore dal suo personaggio. La feroce lotta con Don Melquíades e il controllo che ha su di lui sembrano accecarla da tutto ciò che la circonda. Anche la morte di Alba, moglie di don Diego, è un'altra ferita non rimarginata dentro di lui e che mette dentro di lui ulteriori strati.
Tuttavia, quando l’amico-lettore approfondisce la sua storia, la sua vita e come ha sofferto a causa degli abusi, possiamo iniziare a giustificare il suo comportamento e il suo atteggiamento. In fondo, il carattere di Ursula è il risultato di ciò che ha vissuto e sofferto. È la risoluzione di ciò che non vuoi rivivere. E questo è ciò che rafforza la loro maggiore “corazza morale ed emotiva”. La sua animosità verso Clara e i tentativi frustrati di ritrovare il suo tallone d'Achille e riuscire a cacciarla da Castamar hanno una svolta in uno dei momenti culminanti del romanzo.
È in quei momenti che scopri una donna che ha deciso di smettere di amare perché in passato l'amore le ha causato molti danni. Si è chiuso fuori dal poter vivere e provare qualsiasi sentimento di affetto, ammirazione, desiderio o passione per qualsiasi altro uomo. Forse uno dei momenti più dolci è quando lei, abbattendo le cortine di ferro, decide di farsi amare di nuovo. Giocare con gli sguardi sfuggenti che producono un formicolio quasi dimenticato, con gli incontri adolescenziali casuali e clandestini, o con il sentirsi nuovamente desiderati. È il riflesso fedele di una donna forte, con un temperamento costruito su delusioni e paure che non ha possibilità di cambiare. Ma benedetta lettura che ha creato un contesto così bello per Doña Úrsula.
La stessa cosa accade con Don Melquíades. Un uomo che, a priori, è la lealtà fatta persona verso il suo signore ma che porta con sé un fardello non indifferente. Il maggiordomo riflette quel personaggio timido dell'inizio del romanzo che, sotto la confusione e i segreti che custodisce, sembra avere un destino ben definito. Successivamente, però, davanti ai lettori emerge un personaggio completamente diverso che si libera dai legami che lo avevano accompagnato per tanto tempo e può, ancora una volta, iniziare un viaggio verso la felicità.
Sono senza dubbio una coppia fondamentale perché possano riaffiorare le piccole storie tra fornelli e stalle, vedere come la vita dei servi supera il servizio ai padroni e come anche l'amore si fa strada in ogni sua sfaccettatura e fase. . .
E, naturalmente, Clara e Diego. Mi ha ricordato la versione di Cenerentola. Ma quanto è stato bello scoprirli e accompagnarli! Sono due personaggi provenienti da mondi diversi che non dovrebbero mai coincidere, ma il legame, l'unione che li scopre nei loro primi passi è ancora una volta la gastronomia.
Diego è quel personaggio che, sempre alludendo alla tradizione del racconto, è la Bestia delle versioni Beaumont o Villeneuve. Un uomo devastato dalla morte di sua moglie e nella massima reclusione. Non vuole feste, né grandi galà, né donne con cui risposarsi. Il ricordo di Alba resta così forte che nessuno sembra riuscire a curare la sua noia. Diego rappresenta anche i valori del prototipo che rappresenta e li mostra in modo favoloso. Decoro, correttezza e protocollo sono premesse che lo accompagnano durante l'inizio del romanzo.
Quando però si comincia ad assaporare piatti nuovi, ad assaporare e riportare alla mente sapori già dimenticati e altre prelibatezze tutte da scoprire, qualcosa cambia. La sua vita comincia a vacillare quando scopre "il suo cuoco". Da qui in poi, qualsiasi costrutto sociale non sarà più un ostacolo affinché il loro ritorno alla vita, la fioritura di nuovi sentimenti e la piena felicità siano al centro della scena.
E, naturalmente, Clara Belmonte. E' IL PERSONAGGIO. È la donna. Ed è apprezzato avere personaggi di questa statura nella letteratura contemporanea. La sua costruzione e il suo design superano i canoni della scrittura per conferirgli un'umanità di altissimi livelli. Il suo arco emotivo è noto come The Revenant. La struttura di detto arco a Clara ha tre climax. Dall'inizio il romanzo ricorda un passato di prosperità e nostalgia, attraversa una situazione di declino fino ad arrivare a Castamar e una nuova ascesa con tutti gli eventi successivi.
Ma forse è la sua psicologia, il suo modo di concepire il mondo e le realtà sociali, la sua capacità di amare e accogliere i più svantaggiati (come Rosalía) e la sua determinazione e visione femminista in anticipo sui tempi a fare di Clara Belmonte un personaggio dotato di piena identità. A ciò si aggiunge la sua capacità di superare le difficoltà e la propria malattia, recuperare la propria dignità di donna in un momento di degrado e di ridicolo pubblico, ed essere in grado di desiderare e amare un uomo che non è alla sua portata.
Tutto questo accumulo di circostanze, insieme alla sua professionalità e maestria nel mondo culinario, è ciò di cui Diego si innamora. E sarà da quel momento in poi che Clara inizierà l'esibizione di una donna appassionata che oscilla tra il decoro e lo scandalo e ciò che sente il suo cuore. Quella ragazza timida e discreta lascia il posto a una donna per la quale un duca è capace di infrangere tutte le regole sociali.
È senza dubbio un piacere accompagnare Clara nel suo processo di crescita professionale e nel suo innamoramento. Il lettore sembra essere accanto a lei in cucina, accanto a Rosalía che la guarda con occhi teneri o nella foga di un temporale sentendosi e soffrendo con lei. Ma è anche nel sussurro di un sentimento indicibile a pochi centimetri dal duca, nello sguardo d'intesa con don Melquíades o nel passo delicato dei suoi polpastrelli durante una corrispondenza clandestina.
È una donna potente nella sua identità e dignità, nelle sue convinzioni e nelle sue azioni. Coerente, avanzato e accurato. Giusto e semplice. Si potrebbero raccogliere tutte le virtù possibili. E sicuramente ci sarà chi dirà che tanto positivismo non è possibile, ma questo romanzo se lo merita. Merita una ragazza come lei che, a priori, sembra condannata a un chiaro determinismo letterario ma che, grazie al suo talento e alle sue capacità, può cambiare il corso delle circostanze.
Lei è la ciliegina sulla torta per tutti questi personaggi – più quelli che abbiamo tralasciato – che costituiscono un pilastro fondamentale del successo di questo romanzo.
Un'opera raffinata, elegante e unica che vola e attraversa diversi registri per contestualizzarci e dare origine a un romanzo corale dove tutti i personaggi sono importanti e compiono la loro missione.
Senza dubbio La cuoca di Castamar è – come ho già detto all’inizio della recensione – uno di quei romanzi che si collocano su un altro livello letterario. Non per la trama in sé (anche quella), ma per tutto il lavoro artigianale e letterario che nasconde ed è condensato in più di settecento pagine. Artifizio, creatività e capacità di scrivere e raccontare storie.
Aggiungo alla fine di questa recensione il retrogusto che mi ha lasciato la nota finale dell'autore e il desiderio di sua madre di creare un romanzo come questo. Sono uno di quei momenti in cui ti rendi conto di come un bambino può restituire qualcosa di ciò che i suoi genitori gli hanno lasciato in eredità nella loro vita. E mi è sembrato, senza dubbio, un dono che potesse durare nel tempo. E questo, per una mamma, è qualcosa di incalcolabile.
La mia valutazione
Alla prossima
Luce <3
«Nadie podrá decir que fui
cobarde», se repetía ahora Clara
Gracias por la reseña!! Buen fin de semana
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